"México está en sus mercados"
- Publicado en la revista Nuestro Quehacer sin políticos
Por Válek Rendón
Pablo Neruda escribió en su libro de memorias que México está en sus mercados. ¿Qué pensará ahora el escritor chileno desde su tumba al ver que esos espacios donde están nuestros olores y sabores, poco a poco han ido perdiendo la vitalidad que tenían hace cuatro décadas? ¿Acaso creerá que nuestro país está desapareciendo, que se está muriendo?
Hoy, el gigante, el hijo poderoso de las misceláneas, está acabando con los ya fatigados mercados del país. Sólo de marzo a julio, según publicó El Universal el mes pasado, la filial de Wal-Mart en nuestro país obtuvo ganancias por 4 mil 244 millones de pesos.
Quizá para el ritmo de vida de la mayoría de los mexicanos el sistema del mercado es obsoleto y poco eficiente. Ya no hay tiempo para conversar con la señora de los jitomates, tampoco con el pollero. Según parece ahora todo debe ser más impersonal e individual, no importa que no se sepa nada de carnes ni de lechugas, para la gente que vive al ritmo que manda el trabajo y el dinero, ir a comprar lo que nos mantiene vivos es un trámite que sólo quita el tiempo.
De ahí la debacle del mercado, ya pocos hacen un espacio para escuchar las historias de las vendedoras y cada vez menos se sorprenden de la gran variedad de olores que emanan de nuestras plantas.
Tal vez los mercados debieron modernizarse para ofrecer la comodidad de sus primos los centros comerciales, tal vez debieron incluir llantas y electrodomésticos en su catálogo para atraer más clientes y, claro, tal vez los vendedores debieron haberse uniformado para no dejar a la vista las carencias que hay en casa.
Pero eso no sucedió, ni va a suceder, porque el mercado, aquel mundo que según Neruda contenía a nuestro país, no se dio cuenta de que quienes habitan hoy México se parecen a los de hace 40 años sólo en el apellido. La naturaleza humana de México cambió, dejamos de valorar todo lo que se ofrece gratis en los mercados, como son el agradecimiento sincero y la sonrisa espontánea.
Hoy, el gigante, el hijo poderoso de las misceláneas, está acabando con los ya fatigados mercados del país. Sólo de marzo a julio, según publicó El Universal el mes pasado, la filial de Wal-Mart en nuestro país obtuvo ganancias por 4 mil 244 millones de pesos.
Quizá para el ritmo de vida de la mayoría de los mexicanos el sistema del mercado es obsoleto y poco eficiente. Ya no hay tiempo para conversar con la señora de los jitomates, tampoco con el pollero. Según parece ahora todo debe ser más impersonal e individual, no importa que no se sepa nada de carnes ni de lechugas, para la gente que vive al ritmo que manda el trabajo y el dinero, ir a comprar lo que nos mantiene vivos es un trámite que sólo quita el tiempo.
De ahí la debacle del mercado, ya pocos hacen un espacio para escuchar las historias de las vendedoras y cada vez menos se sorprenden de la gran variedad de olores que emanan de nuestras plantas.
Tal vez los mercados debieron modernizarse para ofrecer la comodidad de sus primos los centros comerciales, tal vez debieron incluir llantas y electrodomésticos en su catálogo para atraer más clientes y, claro, tal vez los vendedores debieron haberse uniformado para no dejar a la vista las carencias que hay en casa.
Pero eso no sucedió, ni va a suceder, porque el mercado, aquel mundo que según Neruda contenía a nuestro país, no se dio cuenta de que quienes habitan hoy México se parecen a los de hace 40 años sólo en el apellido. La naturaleza humana de México cambió, dejamos de valorar todo lo que se ofrece gratis en los mercados, como son el agradecimiento sincero y la sonrisa espontánea.
Pero a pesar de ello, los mercados persisten, es como si se negaran a aceptar el final, como si esperaran que nuestra memoria colectiva los recordara de vez en cuando para ver un día más de vida, el día en que los visitemos, porque México cambió en la superficie, pero el espíritu del país sigue intacto… ese se sigue encontrando en los mercados.
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